Gracias por venir, Gustavo

Por Hugo Rose Plant

Son casi las 1 de la tarde. No fui a clases. No debería haber ido, en realidad. Hoy íbamos con mis compañeros al GAM, a celebrar entre intelectuales aburridos el cumpleaños de Nicanor Parra. Mucho seminario, mucha ponencia absurda para explicar quién es ese viejo. Ya pasó con muchos héroes que no fueron profetas en su tierra, así que este era un evento para hacer justicia, esa palabra tan escasa en este país, al legado del antipoeta. Un evento con entrada liberada que la gente no aprovechará.

Navegaba por internet y una noticia sacude mi cabeza: “Muere Gustavo Cerati”, gritaban los titulares. Vi la fuente: Radio Mitre y Telefé. “Bleh, medios de mierda. Quizás sea una mentira más de Lanata”, dije. Como todas las malas noticias, se expande como el Ébola. Aparece en Bienvenidos, el matinal de Canal 13. “Más medios de mierda. No le creeré a nadie. Esperaré el comunicado de la clínica”, pensé. Y caí en cuenta que al ser una mala noticia, tenía que estar en malos medios.

Cerati murió.

Tenía 13 años cuando escuché mi primera canción de Soda Stereo. “De música ligera”, del Chau Soda, el disco en vivo que registró la despedida del grupo. Me voló el cerebro. Su voz, el bajo de Zeta, la batería del pálido Charly Alberti, el público enloquecido coreando “Nada nos libra. Nada más queda”, y la guitarra, esa extensión del cuerpo y el alma de Cerati. Cada sonido sacado de esa 6 strings beauty (belleza de 6 cuerdas), como la llaman algunos gringos, era un grito que venía desde las entrañas del virtuoso crespo.

Hace un rato leí “Murió Cerati y, con él, uno de mis sueños”. Y me siento igual. Tengo un sentimiento de frustración que me carcome. Nunca lo escuché en vivo. Conocí su música después, cuando el paso del tiempo dictaba que no era patrimonio de mi generación, sino de la de mis padres. No bailé “Trátame suavemente” en un malón, tampoco se la dediqué a una mujer, no corrí a la tienda más cercana a comprar el Nada Personal, no compré tarros de laca para peinarme como él, con uno de esos raros peinados nuevos. Pero lo siento más mío, que de mis viejos. Ahí está su mérito (otro más): las transversalidad. Sus acordes traspasaron décadas. Y seguirán haciéndolo, porque ya a esta altura del día, transcurrida 1 hora desde que supimos que estaba muerto, ya están planificadas REdiciones-RElanzamientos-REmasterizados para REllenarse los bolsillos de plata. Todo en función de los “newfans” que salen siempre que muere un grande. Pero bueno, aparte de toda la parafernalia mercantilista, no podíamos seguir siendo tan malos. No podíamos seguir torturándolo, obligándolo a estar quieto, enviando órdenes a sus manos, sus pies y lengua, que sólo querían tocar una guitarra y cantar. El egoísmo tiene su tope.

Hace 4 años, cuando recién entró en coma, vi una entrevista al ingeniero de sonido de Cerati. La imagen que más recuerda él, fue ver a Gustavo pisando un cable, tirándolo y mordiéndolo, mientras sus dedos estaban al borde de soltar sangre. Lo que el genio estaba buscando, era un sonido que retumbaba en su cabeza, pero que le costó mucho encontrar en las 6 cuerdas de la guitarra, hasta que lo logró. Definitivamente no podíamos tenerlo sometido al martirio de escuchar todos los sonidos que emite el mundo: el profundo sonido de su respirador artificial, el beat de sus latidos en su máquina de monitoreo, los pasos de los doctores entrando a su habitación a constatar lo evidente: la vida de Gustavo Cerati, ya no era vida. No podía convivir con su oído absoluto, sin poder hacer música.

Gracias por venir, Gustavo. Gracias por no sólo pasar, sino dejar huella, dejar bulla, ruido y letras.

Comentarios