Mujeres periodistas en México: Buscando la verdad, enfrentando la violencia y creando redes sororales

Por Silvia Gutiérrez González/ Fotografía: Andrea Guerrero Valenzuela


Ciudad de México. El jueves 23 de marzo de 2017 la periodista Miroslava Breach Velducea es asesinada con ocho disparos a la salida de su casa. Es la tercera periodista que muere a balazos durante el mes de marzo en México, pero le anteceden muchísimos y muchísimas más.

Su asesinato se da en un contexto de creciente violencia criminal. En enero de este año fue asesinado en la comunidad de Coloradas de la Virgen, municipio de Guadalupe y Calvo, Chihuahua, el dirigente rarámuri Isidro Baldenegro López, defensor de los bosques y el territorio. Y entre marzo y abril han sido asesinados los periodistas Ricardo Monluí Cabrera en Veracruz; Cecilio Pineda en Guerrero y Maximinio Rodríguez Palacios en el estado de Baja California Sur.

Periodista de “La Jornada” durante 20 años y colaboradora de El Diario de Chihuahua y Norte de Ciudad Juárez, Miroslava Breach realizó durante su carrera trascendentales aportes denunciando la violencia social en el norte de México. Tras el asesinato de Miroslava, el periódico Norte cierra su versión impresa por falta de seguridad y garantías para ejercer periodismo crítico que permitiera seguir denunciando los actos de corrupción.

Según señala el diario “La Jornada”, “con la llegada a la gubernatura de la entidad de Javier Corral, la disputa de los cárteles por el territorio, las rutas y los mercados de la droga ha rebrotado”. Un contexto brutal que Miroslava denunció a través de su rigurosa pluma. En agosto de 2016 la periodista publicó sobre el violento despojo a centenares de familias de la Sierra de Chihuahua por parte de los narcos, y en los pasados comicios locales, sobre la imposición de ediles por parte del crimen organizado en las listas del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y del Partido Acción Nacional (PAN), en municipios serranos (Sierra de Chihuahua) y en corredores de tránsito de drogas. 

La guerra en este país se manifiesta de muchas formas, pero la guerra contra las mujeres tiene códigos comunes en todo el mundo. En México, la violencia contra las periodistas se ha incrementado considerablemente durante los últimos siete años, a la par con la violencia feminicida. En su libro “La guerra contra las mujeres”, la antropóloga y feminista Rita Segato señala que “si observamos los crímenes contra las mujeres que marcan el presente y buscamos entender qué expresan, qué dicen y qué ocasionan, podremos observar su fuerte conexión con la fase histórica que atravesamos como sociedad”. Lo que la autora llama crímenes del patriarcado colonial moderno de alta intensidad contra todo lo que lo desestabiliza.

El cuerpo de las mujeres y los territorios en disputa

Las periodistas asesinadas y las periodistas en resistencia son mujeres que comprenden el poder de la palabra y la verdad, de desmantelar al poder, de incomodarlo, de crear fisuras en los discursos y de desmontar imaginarios que sólo han reproducido la violencia y la muerte. Son mujeres que han comprendido su relación con la tierra, con el agua, con las formas de vida de los diferentes territorios, y que hoy deben ser defendidos – con urgencia y altos niveles de organización- del extractivismo capitalista y de las nuevas guerras.

Hoy las periodistas se han visto obligadas a comprender que sus cuerpos también son territorios que comunican estando vivos, desde la palabra, desde la presencia, desde la complicidad del oficio. Hoy las periodistas se han visto obligadas a comprender que sus cuerpos muertos también comunican, utilizados por los agresores como mecanismo de control y poder, como “bastidor en que se exhiben las marcas de la pertenencia”, como estandarte para hacer proliferar el miedo y seguir mostrando el desprecio hacia nuestras vidas acabadas en una bolsa negra de basura.

Para Rita Segato los agresores representan el Señorío: un pequeño grupo de propietarios que son dueños de la vida y de la muerte en el planeta. Lo que las compañeras de CIMAC, han llamado el poder del cacicazgo, figura mexicana que rememora al poderoso, al dueño o los dueños de todo, incluso, de voluntades humanas. Son quienes parten y reparten, y para quienes cualquier cuestionamiento es un atentado directo a su poder, y cualquier sospecha, se paga con sangre.

Hacerle frente a cada poder masculino: Periodistas, políticos, policías, militares y narcos

En el Informe Violencia contra Mujeres Periodistas 2014-2015, las periodistas de Comunicación e Información de la Mujer, A.C (CIMAC) señalan que “cuando un hombre periodista denuncia que está en riesgo, las condenas y muestras de solidaridad no se hacen esperar. Cuando la denunciante es mujer siempre pasa que, en las reuniones entre colegas, se comienza a cuestionar la veracidad de su dicho. Es una histérica…seguro exagera…está loca…se asusta por cualquier cosa…quiere promocionar su libro”.

Es evidente, la violencia patriarcal ataca por todos los frentes. Desde los espacios más íntimos, como el hogar, donde son acusadas de poner en riesgo a sus familias al ejercer la profesión de una manera ética y comprometida, en la primera línea de fuego y del peligro. Desde los espacios laborales donde son deslegitimadas, cuestionadas y acosadas por sus compañeros. Y desde el poder, desde el Señorío, desde el Cacicazgo, al que le hierve la sangre estar siendo cuestionados, y más aún por una mujer.

Una afrenta imperdonable que funciona como pirámide invertida, como la de Emil Dovifat aprendida en primer año de Periodismo, donde la hegemonía masculina podría representar lo de mayor importancia, y la violencia hacia los cuerpos femeninos lo subjetivo, lo anecdótico, detalles, lo de menor relevancia. O bien, una pirámide invertida como la que señala Rita Segato al referirse a la guerra contra las mujeres: pies sobre cabezas, como acróbatas, estrato sobre estrato. “Pero allá abajo, en la fundación, en la base de la pirámide, yacería, sustentando el edificio todo, un cuerpo de mujer…”

La periodista mexicana Lucía Lagunes Huerta en su texto “Y pese a todo, seguimos”, nos recuerda que “la presencia de las mujeres en el periodismo es tan vieja como el periodismo mismo; sin embargo, sus historias y aportes han sido invisibilizados a lo largo de los siglos, y con ello se ha robado el linaje de las periodistas. Sólo las tragedias han provocado, en algunas ocasiones, la ruptura del anonimato de alguna periodista, y en la historia reciente tenemos varios nombres en nuestra corta memoria”.

En este escenario, de falta de memoria y exceso de impunidad, la muerte de Miroslava vuelve a estremecer en un país que ha naturalizado, banalizado y hecho espectáculo de la violencia. Las agresiones contras las periodistas; secuestros, agresiones físicas, amenazas y asesinatos quedan en muchos casos en medio del escepticismo, la incredulidad y la impunidad de las instituciones del Estado, por lo que las redes de mujeres se han hecho indispensables para la protección y el acompañamiento.

¿Soy periodista o ya soy otra cosa? Se preguntaba la periodista Marcela Turani en el Informe de Violencia contra Mujeres Periodistas. Y es que hoy muchas periodistas ya viven de otro modo, toman resguardos, se hacen más fuertes y a la vez, siguen palpitando con cada historia que necesita ser contada sin esperas y sin excusas, reafirmando que el oficio se lleva por dentro y en complicidad con otras, muchas, que en este mismo momento crean nuevas estrategias para seguir habitando y comunicando desde un cuerpo que es sin duda campo de batalla.

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