El día más triste del año

Por: Hugo Rose Plant

Hice un esfuerzo gigante para redactar este mamotreto ayer, pero no pude. El 10 de septiembre no es un día donde escribir se dé como un abrir y cerrar de ojos. Hoy me desperté a la hora que siempre me he despertado los 11 de septiembre, el día más triste del año, casi a la misma hora en que bombardearon La Moneda, a las 9 de la mañana. Me quedé acostado un rato más, varias horas más, pensando y reflexionando sobre este día que, siento, nunca en el transcurso de la historia humana será normal. Por uno u otro motivo, siempre ocurren catástrofes, las fuerzas chocan, pugnas inter-burguesas que nos dejan en shock, estructuras que se caen, etc. Todo está orquestado para que este día siempre sea dramático.

Aún me cuesta escribir, y no porque no lo haya vivido, como suele ser el “argumento” de quienes tienen más odio en su corazón que cualquier otra madre que busque justicia; no. Me cuesta, porque me siento herido, mancillado, humillado, deshumanizado, pero intentando ser humano en un país que perdió toda clase de valores desde el Golpe de Estado. Cien años de lucha obrera aniquilados y pulverizados por quienes han hecho del genocidio una costumbre y parte de su identidad. El único motivo por el que me siento orgulloso de nacer y vivir en este pedazo de tierra explotado por gringos, ocurrió hace 41 años, durante mil días.

A modo de inspiración, en mi fondo de pantalla está él, inmortal, único, grande y nuestro: Salvador Allende Gossens. Una mirada calma, caminando entre la gente, seguramente observando cómo cambiar el mundo, pelo engominado, bigote recortado, lentes hipsters. Él los usó antes que fueran moda. Hago un paralelo con los políticos de ahora y me da risa, son el reflejo de la miserable y decadente humanidad, se encargaron de aniquilar la fuerza de la política, son políticos que desprecian lo real y lo medular, los organismos celulares, las reuniones, juntas de vecinos y sindicatos, son entes despreciables que se desenvuelven en una podrida “democracia” representativa. Aunque, para ser justos, habría que analizar qué hizo Salvador Allende para la consolidación del proyecto revolucionario, cuando éste ya estaba en un clímax. Jugando a la política ficción, si el Chicho hubiese dejado tranquilamente que la organización de los trabajadores sobrepasara al Estado y sus marcos legales, otra historia estaríamos contando, y celebrando. Eso no pasó, porque lo que ocurrió fue muy chileno, otro triunfo moral a nuestro derrotero lleno de eventos agridulces, de lo que pudo haber sido, pero no fue, con millones de análisis y de lamentos sobre todas las condiciones que se daban para un triunfo.

Pero qué importa, si fue tan lindo, porque lindo es soñar. Qué importa una derrota, cuando tienes registros de miles de discursos, pero no esos que se dan por cortesía, o los que se hacen para aprovechar la visita a un fascista como Juan Pablo II. Los de Allende son discursos que te generan una catarsis, un mareo, escalofríos y lágrimas en los ojos. Son discursos sin una hoja de apoyo, como lo hacen los grandes oradores, como hablan aquellos que creen en la gente, en sus sueños y anhelos de justicia.

Cuando alguien llama “cobarde” a Allende, le propongo siempre un ejercicio de imaginación, porque si llamas “cobarde” a alguien que murió resistiendo, es porque tienes más que un delirio esquizofrénico: imagina que tu casa, o el lugar donde te encuentres, está ubicada en el centro de Santiago. Ahora imagina que unos Hawker Hunters te  sobrevuelan en tono más que amenazante, mientras ves tanques cuando miras por la ventana. ¿Qué harías? Seguramente, todos nos cagaríamos en nuestros pantalones. ¿Qué hizo Allende? Dio su último discurso, el más hermoso jamás pronunciado, y aquí me quiero detener, en esta joya de la historia, la síntesis en una mañana de toda nuestra historia y la proyección hacia el futuro, el hoy.

En esta hora aciaga quiero recordarles algunas de mis palabras dichas el año 1971, se las digo con calma, con absoluta tranquilidad: yo no tengo pasta de apóstol ni de mesías. No tengo condiciones de mártir, soy un luchador social que cumple una tarea que el pueblo me ha dado. Pero que lo entiendan aquellos que quieren retrotraer la historia y desconocer la voluntad mayoritaria de Chile; sin tener carne de mártir, no daré un paso atrás. Que lo sepan, que lo oigan, que se lo graben profundamente: dejaré La Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera”. Salvador se define, en una actitud humilde, centrada, en el momento en que un ser humano perdería el autocontrol, de la misma forma en que se declara como un luchador social más, se desmarca de un culto a la personalidad y declara su intención de defender el Gobierno de los Trabajadores, con la vida si es necesario. CO-JO-NES. “Trabajadores de mi Patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia (…) Me dirijo, sobre todo, a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que creyó en nosotros, a la abuela que trabajó más, a la madre que supo de nuestra preocupación por los niños (…) Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron y entregaron su alegría y su espíritu de lucha. Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos, porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente; en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando las vías férreas, destruyendo lo oleoductos y los gaseoductos, frente al silencio de quienes tenían la obligación de proceder. Estaban comprometidos. La historia los juzgará.” Es tan elocuente, que no puedo agregar nada. “Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.” Allende permanece marxista hasta el último minuto. Cuando ya era suficiente la síntesis de toda la historia de la lucha obrera y la experiencia de la Unidad Popular, para hacer un discurso épico, Allende se sitúa en ese tránsito histórico y hace una proyección hacia el futuro, hacia el hoy, el presente. Y así vive en todos quienes luchan, es el mejor legado que nos pudo dejar.

Hay cosas que hacen lindo este día, como la constatación de un despertar de la sociedad. Allende no se equivocó: “podrán avasallarnos, pero los procesos sociales no se detienen con la felonía, ni el crimen”. Disfrutemos de ver la cara de espanto que ponen todos los cerdos fascistas que miran con ataque cómo la gente evade, riamos al ver a un payaso como Hermógenes Pérez de Arce acuartelarse en su casa, creyendo que el gobierno de Bachelet es la UP, revolquémonos de risa, por todos los asesinos que están en la cárcel, mientras Pinochet descansa en su casa en el infierno, su lugar. Burlémonos de la FACH, cuya única acción de guerra ha sido contra su propio pueblo.

Como he leído todo este día: el bombazo que más nos dañó, ocurrió hace 41 años, en el día más triste del año.

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